La presidencia de Donald Trump marca un giro radical en la política internacional de Estados Unidos, con un claro distanciamiento de sus aliados tradicionales y una apuesta por acuerdos directos con grandes potencias como China y Rusia. Este cambio podría redefinir el equilibrio global y desafiar el sistema multilateral que ha dominado desde la Segunda Guerra Mundial.
Trump ha dejado clara su postura: el multilateralismo no es su prioridad. En su lugar, promueve un enfoque basado en la negociación de poder a poder, donde la ley del más fuerte predomina sobre las alianzas históricas. En este contexto, la relación con los socios europeos de la OTAN parece quedar en segundo plano, abriendo la puerta a una reconfiguración de los equilibrios geopolíticos.
Ante este escenario, surgen varias incógnitas: ¿Aprovechará China esta fractura para consolidarse como el nuevo garante del multilateralismo? ¿Europa buscará una mayor independencia estratégica, alejándose de la influencia de Washington? Lo cierto es que el tablero internacional está en plena transformación, y las decisiones de Trump podrían tener repercusiones a largo plazo en el papel de Estados Unidos en el mundo.