La exploración lunar se ha convertido en el nuevo eje de la carrera espacial contemporánea. Con la vista puesta en establecer presencia permanente más allá de la órbita terrestre, tanto China como Estados Unidos invierten crecientes recursos en misiones hacia la Luna.
Sin embargo, en un movimiento estratégico que marca un hito tecnológico, China se ha adelantado al desarrollar la primera red de comunicaciones espaciales estable entre la Tierra y la Luna, superando momentáneamente la infraestructura de la NASA.
Las limitaciones del sistema estadounidense
Actualmente, Estados Unidos depende de su Red de Espacio Profundo (Deep Space Network, DSN), un sistema que incluye tres estaciones de comunicación con antenas de gran capacidad ubicadas en California (EE.UU.), Madrid (España) y Canberra (Australia). Esta red permite mantener contacto con sondas ubicadas en el sistema solar y más allá. No obstante, el crecimiento acelerado de misiones espaciales ha puesto en tensión sus capacidades, generando cuellos de botella en la gestión de datos y comunicaciones.
Además, la DSN enfrenta limitaciones técnicas cuando se trata de cubrir misiones en la cara oculta de la Luna. Debido a la posición geográfica de las antenas y a la rotación lunar, no siempre es posible establecer comunicación directa con sondas que operan fuera del campo de visión de la Tierra.
El avance estratégico chino: satélites en órbitas especializadas
En respuesta a esta necesidad operativa, China ha diseñado e implementado un sistema satelital pionero que promete revolucionar la comunicación en el espacio cislunar. El punto de partida fue en 2018, cuando la Agencia Espacial China (CNSA) lanzó el satélite Queqiao hacia el punto de Lagrange 2 entre la Tierra y la Luna, permitiendo la comunicación continua con la misión Chang’e 4, ubicada en el lado oculto del satélite natural.
Sin embargo, fue en 2024 cuando China dio el verdadero salto hacia una red espacial funcional. En marzo de ese año, lanzó los satélites DRO-A, DRO-B y DRO-L, diseñados específicamente para establecer una red de comunicaciones avanzada en el espacio profundo.
- DRO-A opera en una órbita retrógrada distante (Distant Retrograde Orbit), una trayectoria altamente estable que cruza entre los puntos de Lagrange 1 y 2. Esta ubicación le permite mantener visibilidad constante tanto con la Luna como con la Tierra.
- DRO-B sigue una ruta más compleja, transitando entre los puntos Lagrange 3, 4 y 5, zonas de equilibrio gravitacional que permiten maniobras orbitales con un menor consumo energético.
- Por su parte, DRO-L, lanzado en febrero de 2024, orbita en una trayectoria heliosíncrona alrededor de la Tierra y sirve como puente adicional de comunicación.
Aunque los satélites enfrentaron problemas técnicos iniciales —especialmente con la segunda etapa del cohete que los colocó en órbitas más bajas de lo previsto—, los ingenieros chinos lograron corregir las trayectorias mediante una serie de maniobras complejas, a costa de reducir la vida útil de los satélites por el gasto adicional de combustible.
Hacia una red lunar permanente
Durante su primer año de operación, los satélites DRO han llevado a cabo experimentos clave en astrofísica, comunicaciones, y tecnologías de navegación, incluyendo la observación de rayos gamma, el estudio del clima espacial, pruebas de relojes atómicos, y el desarrollo de nuevos métodos para la determinación orbital.
Uno de los avances más destacados es la reducción del tiempo necesario para calcular elementos orbitales, pasando de días a pocas horas. Esto supone un gran paso adelante en la gestión de misiones en tiempo real.
El sistema en conjunto representa el primer prototipo funcional de lo que China denomina una «constelación cislunar»: una red espacial que conectará desde la órbita baja terrestre hasta distancias de más de dos millones de kilómetros. Esta infraestructura será clave para las misiones tripuladas que China planea desplegar en la próxima década, consolidando su presencia en la Luna y ampliando su influencia tecnológica en el espacio.
Un nuevo capítulo en la competencia espacial
Mientras Estados Unidos continúa operando con una infraestructura sólida pero saturada, China ha tomado la delantera con un enfoque innovador y ambicioso. El desarrollo de una red espacial propia no solo mejora su autonomía operativa, sino que posiciona a Pekín como actor principal en la configuración del espacio lunar del futuro.
Este movimiento estratégico también tiene implicaciones geopolíticas: una red independiente de comunicaciones podría desvincular futuras misiones chinas de la necesidad de colaborar con Occidente, reconfigurando las dinámicas de poder en la exploración espacial.
Con estas acciones, China deja claro que la nueva carrera espacial no se libra únicamente por conquistar la superficie lunar, sino también por dominar las infraestructuras clave que harán posible la vida y la actividad humana más allá de la Tierra.