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80 años de Pearl Harbor: la historia de la tumba de los acorazados estadounidenses y el Imperio del Japón

Todo terminó en apenas una hora y 15 minutos. Más de 350 aviones japoneses, anunciados apenas por el zumbido ensordecedor de sus motores radiales y cubriendo temporalmente los cielos de Hawai, emergieron desde el norte y se lanzaron sobre el puerto de Pearl Harbor en la isla de Oahu.

Aunque la Segunda Guerra Mundial transitaba su tercer año, y prácticamente no quedaba rincón del mundo sin sentir sus efectos, Estados Unidos seguía siendo neutral y había paz con Japón.

Pero el ataque sobre Pearl Harbor, del que se cumplen 80 años, cambiaría todo eso y sumaría el frente del Pacífico a un conflicto que ya estaba arrasando con Europa, el norte de África y China, y en el que ningún océano parecía demasiado lejos para los submarinos alemanes.

Sin declaración de guerra (el documento llegaría a Washington después del ataque), Japón lanzó el 7 de diciembre de 1941 un ataque sorpresa contra la Flota del Pacífico de Estados Unidos apostada en Pearl Harbor, con el fin de dejarla fuera de combate. Las consecuencias fueron inimaginables.

¿Qué buscaba Japón con este ataque?

El Imperio del Sol Naciente esperaba impedir una intervención de Estados Unidos en sus ofensivas en el sureste asiático, rico en recursos -especialmente luego del embargo estadounidense contra Japón en 1941-, y en la guerra que peleaba contra China desde 1937, en la que Washington apoyaba al gobierno nacionalista chino en su resistencia a Japón.

«Los planificadores militares japoneses concibieron Pearl Harbor como una de una serie de operaciones periféricas simultáneas para asegurar la victoria en China», escribió la especialista en estrategia naval Sarah C. Paine en su libro «El imperio japonés».

En la estrategia inicial de Japón, el enfrentamiento inevitable con su enemigo del otro lado del Pacífico, Estados Unidos, debía ocurrir en aguas territoriales japonesas.

Allí, se esperaba, una poderosa flota podría dar un golpe de gracia a la escuadra enemiga, ya debilitada por los submarinos desde el inicio de su travesía desde Pearl Harbor hasta el combate, como reconstruye el historiador estadounidense John Toland en su libro «The Rising Sun» (El sol naciente).

Pero a comienzos de la década de 1940, cuando avances tecnológicos y tácticos mostraron el potencial de los portaaviones, el almirante Isoroku Yamamoto, comandante de la marina japonesa, diseñó un cambio de estrategia: la flota estadounidense podía ser devastada en su puerto en Pearl Harbor antes de que zarpara. El tiempo que le tomaría a Estados Unidos reemplazar las pérdidas sería suficiente para que Japón conquistara y atrincherara todo el sureste asiático, señala Toland.